¿Y si doy clase? Una pregunta que, como músico, en algún momento te planteas
Enseñar es una palabra ya un poco anticuada, ahora se lleva más decir acompañar en el aprendizaje. Pero vamos, que sí, me refiero a convertirte en profesor. La enseñanza es una profesión que une mucho al Duo Amira, ya que compartimos una base metódica similar y nos encanta poder comentar y descubrir nuevos caminos didácticos juntas.
Después de más de diez años dando clases, tanto de solfeo como de instrumento, hemos llegado a varias conclusiones que han influido mucho en nuestras vidas.
“Una cosa es saber y otra saber enseñar” dijo Cicerón.
Aunque han pasado muchos años desde que se pronunció esta frase, no podemos estar más de acuerdo con ella. Pero, ¿quién determina si enseñas bien o no?. Lógicamente, tus alumnos y sus resultados. Pero, en cierto modo, también tu forma de ser cuando no das clases. Si cuando acabas tu “trabajo” como docente, cierras la carpeta y el estuche de tu instrumento y te vas a casa, no te enorgulleces de tus alumnos y no buscas siempre algo diferente para aportar a tus clases, es casi seguro que o no te gusta lo que haces o no quieres hacerlo en este momento.
Hay personas a las que les gusta la jardinería, los animales, o la cocina. A nosotras, nos gusta la educación. Si lo piensas bien, no hay tanta diferencia entre estos 4 campos. A un alumno hay que “regarlo” bien con vitaminas para que crezca sano, hay que saber cuándo debe estar al sol y cuándo debe permanecer a la sombra para que sus flores sean más grandes y bonitas. Los conocimientos deben ser racionados, si son muchos a la vez es posible que los “vomite” al día siguiente y no se encuentre bien. El proceso de aprender debe llevarse a cabo a fuego lento para que la base sea estable para luego poder “especiarla” al gusto al especializarse en uno u otro campo.
La alegría de ver cómo los alumnos crecen, tanto musicalmente como psicológicamente, es casi indescriptible. Supongo, que como la de un jardinero/a al ver que su manzano después de 5 años da su primer fruto. Digo supongo, porque yo no soy especialmente fan de la jardinería. Me gusta la naturaleza, pero me cuesta hasta cuidar de un cactus, y por ello no me dedico a tener plantas en mi casa.
A nuestro parecer, si no te gusta lo que haces deberías replantearte tu trabajo y quizá cambiarlo o modificarlo. Quizá no sea el trabajo en sí lo que no te gusta. Es posible que sólo te guste “cocinar” tortillas de patatas y te estés dedicando sólo a los postres. ¿Significa ésto que no te gusta cocinar? Lógicamente no.