Hace un par de meses os hablamos sobre estos tres parámetros. Decíamos que son muy comunes a lo largo de la vida y, en la vida musical, son compañeros constantes de viaje.
Algunos de vosotros queréis saber cómo nos enfrentamos nosotras a ellos, qué hacemos para lidiar con la negatividad y cómo la convertimos en energía para seguir persiguiendo nuestras metas.
Lo más importante es hablar mucho con uno mismo.
Ser consciente de nuestros sentimientos y no dejarlos a un lado u obviarlos. Esto sólo provoca que se agranden y que se nos haga cuesta arriba enfrentarnos a ellos. Para empezar, como dijimos en el anterior post, sentir frustración, miedo y duda es lo más normal del mundo. Y, si sabes gestionarlos, puede ser hasta positivo. Pero para gestionarlos debemos enfrentarnos a ellos y ser conscientes de nuestros sentimientos en cada momento.
La frustración. Debemos saber diferenciar si las cosas que nos frustran son externas o ajenas a nosotros o si provienen de nuestras propias acciones.
Estas últimas son muy fácilmente solucionables. Si algo que nosotros mismos hacemos nos frustra, debemos analizar el por qué. Lo más probable sea que hayamos establecido como objetivo algo poco realista y que el no cumplimiento del mismo nos provoque ansiedad. Es muy enriquecedor aceptar que las metas propuestas no estaban dentro de nuestras posibilidades y pararse a pensar una nueva estrategia. De esta manera, no sólo vamos conociendo nuestros límites y expandiéndolos poco a poco, sino que desarrollamos nuestra capacidad de adaptación y solución de conflictos o problemas.
Si la frustración viene provocada por la acción de otros, sólo nos queda respirar y ser pacientes. Muchas veces nos ponemos nerviosos cuando tenemos que trabajar con alguien y ese alguien no hace las cosas como a nosotros nos gustaría. Lo siento, pero en el mundo artístico uno debe colaborar con mucha gente diferente y el nivel de competencia de cada uno varía. Debemos desarrollar la paciencia, la tolerancia y la educación, para poder trabajar de forma positiva con todo el mundo y no llenarnos de energía negativa, que sólo contaminará el ambiente de trabajo y manchará el recuerdo de ese proyecto en el que llevas trabajando tanto tiempo.
La inseguridad y el miedo… Quien diga que no lidia con ambos de forma continua en uno o muchos aspectos de su vida o está mintiendo o es un inconsciente.
Nosotras, nos debemos a nuestro público y nuestros alumnos y, por ello, todas las acciones que realizamos tienen el fin de hacerle disfrutar, conmoverle, inspirarle y transmitirle.
Hace unas semanas ofrecimos un concierto. Se trataba de un festival de verano en el que los conciertos son al aire libre. Mucha gente no sabe que para un músico de viento tocar al aire libre es una pesadilla. Está genial para estudiar, mejorar el sonido, la capacidad pulmonar, etc. Pero para ofrecer un concierto es horrible, pues todas las referencias acústicas que tienes en una sala cerrada desaparecen de repente. Se trata de tocar sin tener ningún tipo de feedback. No sabes cómo estas sonando y no escuchas bien a tus compañeros. Por no hablar de las dificultades técnicas como la sequedad en las cañas, el viento que se mete en el bisel de la flauta, los instrumentos se suben de afinación por el calor, etc.
Curiosamente, este concierto no sólo se llenó, sino que hubo mucha gente que se quedó sin poder escucharnos. Esto, junto con una nefasta prueba de sonido hizo que me pusiera muy nerviosa. En lugar de negarlo me senté y les dije a mis compañeros: “chicos, hacía mucho tiempo que no me ponía nerviosa antes de un concierto, pero estoy histérica. ¿Me ayudáis?”.
Y ahí que nos pusimos los tres a relajarnos, respirar, ser conscientes de que la situación no era ideal y creaba inseguridades, pero que esas emociones son normales y buenas. Y convertimos esas sensaciones, mediante el diálogo, la respiración y la relajación, en objetivos realistas para ese concierto: pasarlo bien, disfrutar de la preciosa música que estaba programada, de nosotros y de la oportunidad de reencontrarnos con el público madrileño. Simplemente, salir al escenario, olvidarse de las adversidades y hacer eso que habíamos trabajado en los ensayos: música.
Como dijimos en el post anterior sobre este tema, la duda es positiva si nos lleva a plantearnos otros caminos u opciones.
Dudar es sano y positivo, la búsqueda sólo nos alimenta y enriquece. Pero debemos dejar la duda para el momento de estudio e investigación. No creer lo primero que nos cuentan sin haberlo experimentado y comprobado. Eso sí, una vez que hemos decidido algo ya no hay lugar para dudas. Una vez que nos subimos al escenario, que llegamos al examen, que estamos frente al micro no existen dudas. Pues ya hemos decidido qué vamos a hacer, cómo lo vamos a hacer y qué esperamos conseguir con ello. Abrirle la puerta a la duda en ese momento es sinónimo de pifiarla. Y, aunque todos somos humanos y erramos sin que por ello deban juzgarnos, debemos hacer lo posible por evitar fallos, y sobre todo por ponernos piedras en el camino. Dudar en el momento decisivo siempre va a equivaler a errar.